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Mostrando entradas de 2012

El gordo

  Desde su separación el Gordo pasaba las noches triste, bebiendo cerveza, comiendo comida china. Comía también muchos postres: flancitos y postrecitos de chocolate y dulce de leche que compraba compulsivamente y cuyos envases terminaban siendo ceniceros o bollos informes aplastados sobre la alfombra.   Vivía alquilando. Un pequeño departamento en el Abasto, viejo, despintado; con un ascensor que desde siempre tenía un cartel amarillento con las palabras "no funciona". Un asco de departamento, lleno de cucarachas y lauchas que se ocupaba de llenar con más suciedad.   Sus amigos lo iban a visitar, desodorante y bolsa de consorcio en mano; y tras estirar la cama se sentaban allí y le daban charla: le hablaban sobre Vélez campeón, sobre los motivos por los cuales los sapos no tienen mamas y otras nimiedades.   Pero para las fiestas siempre estaba solo. Recibía invitaciones, para pasarlo allí o allá, pero nunca aceptaba porque no quería ver a sus amigos besar a sus muje

Suerte

  Tarde de sábado, llovía, yo tomaba café con leche en un barcito.   Sentado en una mesita arrinconada contra una esquina, alternaba el partido de fútbol entre el Zaragoza y el Madrid con la vista que se me ofrecía a través de la ventana: las chicas iban y venían, corriendo bajo el agua, mojando sus cabellos y provocando pensamientos no muy santos en los que yo las secaba con una minúscula toalla. Pasaba una chica y mi vista y mi imaginación se iba tras ella, hasta que se perdía doblando la esquina.   Volvía al partido un rato, miraba el peloteo ir y venir, y cuando se presentaba otro momento de pesadez en el que la pelota no salía del mediocampo, otra vez buscaba con mi mirada una chica mojada, una adolescente rebelde que hubiera salido sin paraguas y sin abrigo y a quien la lluvia atacara de camino a mi casa donde yo, nervioso, dando vueltas, acomodando los almohadones de mi cama y tirando una y otra vez perfume sobre las sábanas, no dejaba de mirar la ventana y calcular el tie

Frazadita

    Mi hermanita y yo llegamos tarde: no quedaba nadie, excepto el cumpleañero. La piloteamos los tres, conversando y cambiando rumores, hasta que alguien golpeó la puerta. Nuestro amigo abrió y allí estaba, Celina. Llegó con un pequeño regalo, explicó algo sobre un embotellamiento en la Autopista Buenos Aires-La Plata y luego pasó por el incómodo momento en que me saludó. Tres meses desde la separación, tres meses de extrañarla y ella tan campante.   Al rato el cumpleañero y mi hermana empezaron a arrimar: yo soy celoso, pero cerré la boca porque cuando ambos encararon hacia una de las habitaciones yo quedé a solas con Celi: momento más que oportuno para comportarme como un salame y tartamudear, instantes para hacer todo lo que había prometido no volver a hacer con tal de que ella volviera a descargar sus pestañas en mí. -Veamos televisión, querido Deivid. -dijo pragmáticamente. Un silencio de murmullo de publicidades es mejor que un silencio incómodo.   En el living de la ca

Aquella cuyo nombre no debe ser pronunciado

  Jorge O'Bannion recibe un extraño libro, un libro prohibido, cuyo saber arcano, se dice, puede ser utilizado por su dueño para torcer la voluntad de otras personas. Desesperado, utilizará el mismo en un intento de hacer retornar a su ex-mujer. Sin embargo, puede que lo que retorne sea otra cosa, un dios ancestral que nadie osa nombrar. (Click en la imagen para leer)