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Begas Vowie y la pelopincho

Un sábado, cuando era pibe, mi amigo Marcelo llegó muy excitado a la puerta de mi casa: lo habían invitado a una fiesta. Enseguida me prendí; nos pusimos de acuerdo, plantamos nuestra mejor ropa y arrancamos hacia el lugar.

Mientras viajabamos en el colectivo, mi amigo me contó cómo venía la mano: su tío cumplía años y había decidido tirar la casa por la ventana. El tipo vivía en un departamento y había invitado al edificio entero a su celebración porque pensaba meter tal bochinche que no quería que nadie lo denunciara por ruidos molestos.

-¿Y hay mujeres? -pregunté, con la hormonas golpeando mi cráneo.

-¿Mujeres? ¡¿Cómo pensás que puede haber un edificio en el que no haya mujeres?! ¡Va a estar lleno! ¡Mujeres chicas, mujeres grandes, mujeres flacas, mujeres gordas, mujeres hasta el techo!

Y la verdad es que Marcelo tenía razón: el lugar estaba lleno de mujeres: mujeres mayores que solícitamente rodeaban a su tío y le ofrecían diferentes caldos y viandas con las que habían colaborado. Algún vinito por aquí, otro por allá, pero no mucho, que Don Oscar tenía tantas enfermedades que había que cuidarlo y no dejar que se salga de la dieta.

Le hice notar a mi amigo que no había ninguna chica de nuestra edad, pero hizo un gesto con los hombros y me llevó ante su tío, para presentarnos.

El tipo era un viejo flaquísimo, con ojos de loco, vestido con boina y bufanda. Iba en su silla de ruedas de aquí para allá contando chistes verdes y pidiendo que cambien la música, que era una fiesta loco, que no todos los días se cumplen ochenta años.

A las nueve de la noche, las vecinas se fueron, comentando que ya era muy tarde y había que dejar dormir al anciano. Mi amigo, después de cerrar las persianas porque su tío tenía frío, se puso a lavar los platos y sin nada que hacer me puse a conversar con Don Oscar.

-¿Qué pasó Oscar que no vino ningún hombre?

-¿Y vos qué sos?

-Digo, ningún hombre de su edad.

-Es que el edificio está lleno de viudas. Acá somos todos viejos, compramos hace cincuenta años. Después se fueron muriendo, los hijos se fueron yendo... Es un edificio de viejos. ¡Pero no te creas que esto es aburrido! Ahora, en un rato, cuando las vecinas vean que ustedes se van, uff, no van a dejar de golpearme la puerta.

-Ya lo creo.

-Porque las viejas me vienen a buscar.

-Claro.

-Porque así como me ves soy un pibe.

-Seguro.

-Porque yo las vacuno.

-Sí, ya entendí, Oscar, no necesita ser tan gráfico -el hombre hacía movimientos con sus brazos al tiempo que me guiñaba los ojos.

-Acá está tu amigo que no me deja mentir. ¡Marcelo! ¿Cuántas veces viniste acá y viste salir a una mujer del departamento?

-¿A la enfermera?

-Sí, la enfermera. ¿De verdad pensaste que era una enfermera? Esa piba viene y hace todo el numerito. Yo las vacuno a todas.

Así pasó el resto de la noche. Don Oscar nos siguió contando sus conquistas, con detalles escabrosos. Tanto  Marcelo como yo estábamos seguros de que su tio estaba medio loco, pero como ninguno de los dos había tenido relaciones todavia, tratábamos de ver si algo podíamos aprender.


Pasó el tiempo, crecimos, terminamos nuestros estudios secundarios, nos hicimos grandes y decidimos dejar nuestras casas. Empezamos a buscar un departamento para irnos a vivir: con algún laburito que pegamos, entre los dos podíamos bancarnos. Oscar nos hizo la gamba para conseguir lugar en el edificio en el que vivía y así, contentos, tuvimos nuestro piso compartido de solteros. Con las mujeres nos seguía yendo igual de mal, ninguna nos daba pelota, a lo sumo alguna se acercaba en la Facultad y nos pedía que la agreguemos en algún trabajo práctico, cosa a la que accedíamos porque a pesar de todo nunca perdíamos las esperanzas, pero la mina después del diez nos dejaba pagando siempre.

Los que sí nos querían eran las viejas del edificio, porque éramos tranquilos y les ayudábamos a cambiar las lamparitas o sacábamos a pasear a los perros y de paso comprarles Jockeys Suaves. Oscar nos pedía cerveza de contrabando, sin que se entere ninguna vecina, pobre hombre tenía que cuidar la dieta por la hipertensión. Llevábamos las cervezas y Oscar, envolviéndose en su bufanda y calzándose su boina, empezaba a contarnos sus aventuras sexuales, que nunca se terminaban porque no solo había arrasado con todas las señoras del edificio, con las enfermeras y las doctoras del centro médico, con la chica que le limpiaba la casa y la que le planchaba y con la administradora del edificio, sino que ahora se había anotado en el Club de Jubilados del barrio y eso le habría posibilidades infinitas de conquista.


A mí se me ocurrió la idea, pero a todo el edificio le gustó, porque el verano era sumamente caluroso. En la reunión de Consorcio propuse instalar una pelopincho en la terraza.

Al día siguiente viajé hasta la casa de mi vieja; revolví el galpón hasta encontrar la lona y los caños, y luego volví con el paquetón en el colectivo, para incomodidad de los demás pasajeros.

Ya casi era medianoche cuando terminamos con Marcelo de armar la pileta. Azul, con dibujos de pecesitos celestes. No habíamos cenado así que pedimos pizza con mi amigo y mientras esperábamos empezamos a llenar la pileta con la manguera que nos prestó la portera.

Cuando estuvo llena y llegaron las pizzas, bajamos hasta el 5° C a buscar al viejo Oscar y lo cargamos con silla y todo a la terraza. El viejo se llevó su boina y su bufanda por si hacía frío, y una botella de moscato reservada para ocasiones especiales:

En calzoncillos, nos metimos los tres al agua y nos pusimos a comer y a beber.

-Esto me hace acordar -empezó a contar Oscar- a la vez en que tuve sexo en la pileta del club. Fue hace dos semanas. La clase de natación había terminado, todos se fueron y yo pensé que la profesora, una mina de unos treinta años con un culo terrible de nadadora se había olvidado de mí, de que necesito ayuda para salir de la pileta. Apagaron las luces: habían cerrado el club. ¡Imaginen, si me quedaba en el agua, iba a despertar más arrugado de lo que estoy! Entonces apareció la profesora y me dijo, “Oscar, no piense que me olvidé de usted”, y ahí mismo se tiró de clavado al agua, desesperada, y se acercó nadando en estilo…”

Oscar cortó su relato y señaló, incrédulo, hacia el cielo. Miramos también y nos quedamos boquiabiertos: sobre nuestras cabezas una intensa luz se acercaba más y más al edificio.

-Qué raro, un helicóptero que no hace ruido -se sorprendió Marcelo.

  Pero cuando la luz comenzó a descender y apagó sus luces, comprobamos que no era una máquina de volar hecha en la Tierra: se trataba de una especie de platillo volante que, lentamente, se posó al lado de la pelopincho.

- Argh -gruñó Oscar, y temí que le estuviera dando un paro cardíaco, pero solo se había atragantado con una aceituna que ya escupía a tiempo y bajaba con moscato.

Una pequeña puerta se abrió al costado de la nave: la luz interior recortó una figura humanoide y aunque no logramos distinguir sus rasgos, su voz dulce, profunda, nos hechizó y estuvimos seguros de que se fuera lo que fuera quién nos hablaba, era la mujer más bella de la galaxia:

-He atravesado el espacio sideral, enfrentando uno y mil peligros, para encontrarme contigo amor…

Tanto mi amigo como yo nos paramos y empezamos a salir de la pileta, hipnotizados por el ser. Pero no avanzamos mucho más porque si ver una especie extraterrestre nos había sorprendido, mucho más increíble fue ver al viejo Oscar salir de la pileta, totalmente recuperado el movimiento de sus piernas, y avanzar hacia la nave.

-Yo sabía que ibas a venir, aunque me estaba cansando de buscarte -aseguró Oscar mientras subía a la nave.

La puerta se cerró detrás de ellos y unos instantes después el platillo encendió sus luces y se elevó para surcar el suelo en la noche del Conurbano.

Convinimos con Marcelo en que nadie nos iba a creer, así que nos hicimos los tontos cuando días después las vecinas empezaron a preguntar por su tío, comentando extrañados lo raro de que hubiera mudado a Córdoba dejando la silla de ruedas abandonada en la terraza.


Publicada en 9 de Noviembre de 2011 en damebola


Comentarios

  1. Esta parece mi versión de Cocoon; pero es realidad es una reescritura de Jia, un cuento muy viejo que sin embargo siempre me pareció una buena idea. Prometo seguir trabajando en él!

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  2. ... los que saben no dicen nada!

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Dicen los que saben...

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