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Mostrando entradas de mayo, 2011

Caloventor

  Caloventor   En Septiembre enterré a un amigo.   Entre tantos seres queridos que se lamentaban al borde del foso y arrojaban puñados de tierra, yo era el único que conocía la verdad sobre la enfermedad de Mariano.   Amanda lo había pateado en el comienzo del verano. La mina le dijo "me voy" y ya atinaba a irse con una maletita con sus cuatro vestidos y el abrigo de lana que él le había regalado un año antes, para el aniversario, cuando mi amigo, cruzando su cuerpo en el umbral, la detuvo, le rogó que se quede, y luego, ante la determinación que tenía la chica, le dijo "bueno, pero llevate todo, que no quiero tener ningún recuerdo tuyo".   La piba llamó un remis para la mediahora y empezó a amontonar cuanto objeto podría serle de utilidad, o no, en su próxima pensión. Allá fueron los libros de filosofía, los compactos de Los Redondos, cuatro cuadernos llenos de buenas poesías, las colchas tejidas por una tatarabuela y el caloventor.   Sonó una bocina