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Mostrando entradas de 2011

A las doce

A las doce en la hora de la tristeza vacío mis vasos brindo deseos inútiles me aprovecho del recuerdo y logro esbozar una mueca de sonrisa mientras el teléfono suena con saludos y familia. No es tarde para salir a fumar tomarse una pausa y abrazar. Nochebuena , por Pollobarba Feliz Navidad amigos! Acá tienen algunos cuentos navideños que escribí: Navidad de 1987 El narrador

Mariel, la lluvia y ningún tren

Rivadavia y Carhué antiguas y todo el cielo, Liniers, más allá la inundación, tu melena de novia en el recuerdo y tu nombre flotando en el adios... No es así el tango, pero así es el nuevo cuento, disfruten de esta historia de amor bajo la lluvia (clic en la imagen para leer).

Begas Vowie y la pelopincho

Un sábado, cuando era pibe, mi amigo Marcelo llegó muy excitado a la puerta de mi casa: lo habían invitado a una fiesta. Enseguida me prendí; nos pusimos de acuerdo, plantamos nuestra mejor ropa y arrancamos hacia el lugar. Mientras viajabamos en el colectivo, mi amigo me contó cómo venía la mano: su tío cumplía años y había decidido tirar la casa por la ventana. El tipo vivía en un departamento y había invitado al edificio entero a su celebración porque pensaba meter tal bochinche que no quería que nadie lo denunciara por ruidos molestos. -¿Y hay mujeres? -pregunté, con la hormonas golpeando mi cráneo. -¿Mujeres? ¡¿Cómo pensás que puede haber un edificio en el que no haya mujeres?! ¡Va a estar lleno! ¡Mujeres chicas, mujeres grandes, mujeres flacas, mujeres gordas, mujeres hasta el techo! Y la verdad es que Marcelo tenía razón: el lugar estaba lleno de mujeres: mujeres mayores que solícitamente rodeaban a su tío y le ofrecían diferentes caldos y viandas con las que habían colaborado.

Caloventor

  Caloventor   En Septiembre enterré a un amigo.   Entre tantos seres queridos que se lamentaban al borde del foso y arrojaban puñados de tierra, yo era el único que conocía la verdad sobre la enfermedad de Mariano.   Amanda lo había pateado en el comienzo del verano. La mina le dijo "me voy" y ya atinaba a irse con una maletita con sus cuatro vestidos y el abrigo de lana que él le había regalado un año antes, para el aniversario, cuando mi amigo, cruzando su cuerpo en el umbral, la detuvo, le rogó que se quede, y luego, ante la determinación que tenía la chica, le dijo "bueno, pero llevate todo, que no quiero tener ningún recuerdo tuyo".   La piba llamó un remis para la mediahora y empezó a amontonar cuanto objeto podría serle de utilidad, o no, en su próxima pensión. Allá fueron los libros de filosofía, los compactos de Los Redondos, cuatro cuadernos llenos de buenas poesías, las colchas tejidas por una tatarabuela y el caloventor.   Sonó una bocina

4 años de Damebola

  Queridos lectores:   Gracias por llegar hasta acá, hasta los cuatro años de damebola. Desde ese primer poema que publicamos en febrero de 2007 hasta el día de hoy han pasados muchas poesías y cuentos y me han llenado de comentarios que, ya sean flores o palos, me requete-contra-sirvieron para seguir adelante y empeñarme en mejorar, para ser mas claro y tratar de que mis historias sean un poquito menos mías y un poquito más suyas.   Un agradecimiento gigante para todos los que hacen los blogs amigos, todos los artistas que colaboraron con sus fotos, pinturas y escrituras; también a los que gustan de comentar y a los que gustan de asentir o disentir en silencio.   Para que el festejo sea completo, vamos a ir con los regalos: esta semana vamos a publicar un montón de cosas que estaban en el tintero, empezando el 14 de Febrero con un cuento de amor como para estar a tono con el día.   Les dejo una foto que me tomó Marilú Mansilla :   (me gusta como me quedaron los bigotes).  Davi

Muchos pensamientos para una sola cosa

Este cuento va para mi hermano Javier.   Todas las mañanas son iguales: lindas, novedosas y especiales. Me levanto, abro la canilla y descubro que el agua todavía no volvió. Ya son dos semanas, el barrio, encima del calor, tiene un tufo a chivo y huevos terrible y yo no soy la excepción. Nuevamente no me afeito, no vaya a ser cosa que, por no ablandar mi piel con el calor del agua caliente, me corte como un pelotudo con la gillete.   Levanto la tapa del inodoro: un terrible olor a baño de estación amenaza con voltearme, así que cierro y me digo que ya orinaré en el trabajo.   Me pongo la camisa con menos arrugas y menos olor, sudo bajando los ocho pisos, y salgo al sol de las nueve de la mañana que a esta altura ya te recalienta la cabeza con treinta y cuatro grados. En el asfalto están los restos de las fogatas de basura que encendieron los vecinos por la noche protestando por la falta de luz. De agua, dos semanas; de luz, un día sí, cuatro no.   Camino hasta la parada del